Sylvia Plath fue una de esas muchas escritoras reconocidas, sobre todo, tras su muerte. Algo que resulta penosamente común en el mundo de las artes.

Nació en Boston y murió en Londres. Comenzó a escribir poesía a los 5 años y siempre con una calidad en sus metáforas excepcional. En vida solo consiguió publicar un par de libros:

- El Coloso (poesía, 1960)

- La campana de cristal (narrativa, 1962 bajo el seudónimo de “Victoria Lucas”)

El resto de obras que actualmente podemos disfrutar (en castellano menos) fueron publicadas, tras sus suicidio, por su marido el también poeta Ted Hughes.

A los 8 años muere su padre y este hecho se dijo que marcaría toda su vida y su obra. Realizó varios conatos de suicidio hasta el definitivo de 1963. En realidad ahora se sabe que la muerte de su padre no fue la causa de sus continuas depresiones y lo que padecía era una enfermedad psicológica llamada transtorno bipolar.

El libro de poesía que apareció en 1965 bajo el título “Ariel” es quizás el más significativo de todo lo publicado de ella y el que marca definitivamente su estilo.

FILO

La mujer alcanzó la perfección.
Su cuerpo

muerto muestra la sonrisa de realización;
La apariencia de una necesidad griega

fluye por los pergaminos de su toga;
sus pies

desnudos parecen decir:
hasta aquí hemos llegado, se acabó.

Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña

jarra de leche, ahora vacía.
Ella los ha plegado

de nuevo hacia su cuerpo; así los pétalos
de una rosa cerrada, cuando el jardín

se envara y los olores sangran
de las dulces gargantas profundas de la flor de la noche.

La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.

Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran.

(éste poema, “Filo”, fue el último que escribió)

 

 

NICK Y LA PALMATORIA

Soy minero. La luz arde azul.
Ceúleas estalactitas
gotean y se espesan: lágrimas

que el vientre de la tierra
rezuma de mortal aburrimiento.
Negros aires de murciélago

me envuelven: chales andrajosos,
fríos homicidios.
Se me pegan como ciruelas.

Gruta antigua de carámbanos
de calcio, antigua formadora de ecos.
¡Hasta los tritones son blancos,

los muy santurrones!
Y los peces, los peces…
¡Dios! Son láminas de hielo,

un vicio de cuchillos,
una religión
de pirañas, que toma

primera comunión de mis dedos del pie vivos.
La vela
traga saliva y recupera su pequeña altura,

se animan sus amarillos.
Amor, ¿cómo llegaste aquí?
Oh embrión

que recuerdas, hasta en sueños,
tu posición cruzada.
La sangre florece limpia

en ti, rubí.
El dolor
al que te despiertas no te pertenece.

Amor, amor:
he puesto en nuestra gruta colgaduras de rosas,
con mullidas alfombras:

los últimos detalles victorianos.
Que las estrellas
caigan a plomo en su oscura dirección;

que los mutiladores
átomos mercuriales caigan gota a gota
en el pozo terrible:

tú eres el sólido
en que se apoyan los espacios, envidiosos.
Tú eres el niño del portal.

.

.

De sus diarios de 1952 en su primer conato de suicidio

“Aniquilar el mundo por aniquilación de uno mismo es el engañado colmo del egoísmo desesperado… Yo deseo matarme para escapar de la responsabilidad, para arrastrarme abyectamente dentro del útero…”.

 

.

.

Paralítico

Sucede. ¿Continuará?
Mi mente una roca,
Sin dedos para agarrar, ni lengua,
Mi dios el pulmón de hierro

Que me ama, bombea
Mis dos
Sacos de polvo, adentro y afuera,
No

Me permitirá recaer
Mientras el día afuera se desliza como un indicador de cinta.
La noche trae colores violáceos,
Tapices de ojos,

Luces,
El apacible anónimo
Hablador: “¿Estás bien?”
El tieso, inaccesible pecho.

Huevo muerto, yo yazgo
Todo
Sobre un mundo todo que no puedo tocar,
En el blanco, estrecho

Tambor de mi durmiente lecho
Las fotografías me visitan —
Mi esposa, muerta e insulsa, en 1.920 pieles,
La boca llena de perlas,

Dos muchachas
Tan insulsas como ella, quienes murmuran “Nosotras somos tus hijas”.
Las tranquilas aguas
Envuelven mis labios,

Ojos, nariz y orejas,
Un claro
Celofán que yo no puedo reventar.
Sobre mi desnuda espalda

Yo sonrío, un buda, todo
Desea, anhela
Caer desde mí como anillos
Abrazando sus luces.

El pecíolo
De la magnolia,
Borracho en sus propios perfumes,
Pide nada de vida.

l

 

 

2 comentarios sobre “Sylvia Plath (1932 - 1963)”

  1. Marcus dijo:

    con esto, te debo como poco 1.

  2. txe dijo:

    sí, a los cadáveres siempre los reconocen.

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